22.07.2004
La segunda vez, recogió mi foulard del suelo, donde yo lo había tirado al desnudarme, sonrió y dijo:
-¿Me dejas que te vende los ojos?
Nunca me habían vendado los ojos en la cama, y me gustó. El me gustó mas aún que la primera noche y, después, mientras me lavaba los dientes, no podía dejar de sonreír: Había encontrado a un amante extraordinariamente habilidoso.
La tercera vez, me puso repetidamente a punto de correrme. Cuando estaba por enésima vez dispuesta a estallar, volvió a detenerse; oí mi voz incorporal suplicándole que siguiera. Me contentó. Estaba empezando a enamorarme.
La cuarta vez, cuando estaba lo bastante excitada como para perder el mundo de vista, empleó el mismo foulard para maniatarme. Aquella mañana, me había mandado trece rosas a la oficina.
(Elizabeth McNeill. Nueve semanas y media.)
2 comentarios
burma -
ML -